lunes, 20 de enero de 2014

PENSÁBAMOS QUE EL LÍMITE ESTABA EN LA PUERTA

Nos hicimos a la idea del adiós anticipado,
cuando creíamos que había que obligarse a no jodernos
hablábamos de dejar de hablarnos, de olernos, de ponernos,
y es que pensábamos que el límite de todo estaba en la puerta.

Nos hicimos tan poco caso
que ni si quiera nos miramos.
Nos levantamos a cantarnos
los besos en la espalda
y acabamos, como siempre,
cantando las cuarenta.
Preferimos sufrírnos encima del colchón
que querernos debajo de las sabanas.
Nos odiamos por no saber
hacernos felices a los ojos.

Nunca se nos dio bien lo de valorarnos sin sexo,
siempre pensamos en nuestra cima por lo que hacíamos,
nunca por las barreras que nos obligamos a poner.
Seguimos aquella tradición de dormir juntos, no mezclados.

La puerta era nuestro único destino, la única salida.
Por dejar de creer, hasta nos quedamos sin ventanas,
la habitación se convirtió en una cama carnívora
con dos amapolas amarillas y una luciérnaga de noches.

Salimos de allí, no nos conocíamos lo suficiente,
nos obligamos a querer a quien nos quería,
a dejar de desear aquel riesgo de los malos.
Optamos ser felices por querer a alguien,
no querer a alguien porque nos hacía felices.

Acabamos amando el saber y no las ganas de aprender.
Nos fuimos por la puerta, con miedo a ser valientes
salimos de espalda a volvernos a ver.

Cerramos aquella última puerta del riesgo,
firmamos aquella última paz de dos puntos
nunca volveríamos a sufrir y a tener miedo
nunca volveríamos a ser de verdad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario