viernes, 10 de enero de 2014

YA NO PONEN CANCIONES LENTAS EN LA DISCOTECA

Los días caen del miedo a tener que decir me atrevo
mientras las noches, negras de fuego, se alzan, 
sabiendo que sin ver, todo es más fácil,
dejando a nuestros sentidos aislados en el no puedo
de este mundo encantado de no pensar, tanto,
que ya no ponen canciones lentas en la discoteca.

Aquí se hace todo a grito mudo de sentido,
a sueño pelado de sueños, cargado de pesadillas,
-llamamos pesadillas al pensar(te) sin poder ocultarlo-
Caemos descorchados en la extraña dualidad,
de necesitar la botella para sentirte útil,
pero creerte libre por haber salido volando.

Advertidos por los gemidos que escuchamos desde abajo,
nos tapamos por miedo a querer follarnos,
creyendo que a estas alturas del año, una erección,
puede significar más cosas que en verano.

Y seguimos anclados en los años de los baños
echar el pestillo y, ahí, sentirte seguro de que nada es nada,
hablando, con pared de por medio, de lo que es la puta poesía,
tocándonos pensando que el poema se hace en solitario.

Y las semanas pasan ganándonos los ojos,
teniendo miedo hasta de las minifaldas.
No aceptando que tienes un problema con los años
o, peor aun, que lo tienes con los daños.

Y llegas a la discoteca de los labios abiertos a gritos, 
señal de nunca escucharnos,
y entonces cerramos el telón de la escena
y nos quedamos callados, aceptando
que la imposibilidad es una palabra 
que merece la pena,
que deja más clara la situación.

Porque la improbabilidad es una cuestión de ovarios,
que necesita de ganas para entender,
que con una canción lenta, todos bailamos mejor.

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