lunes, 3 de febrero de 2014

EL RASTRO DEL CORAZÓN

Te creaste en ese mundo de no permitirte,
en aquel solar donde los labios no cantan.
Aprendiste a ser la dureza de tu sangre,
pensando que el corazón asfixiado,
no dejaría rastro, rebelándose a la mente.

Te obligaste a no sentir,
clavando tu vida en una cárcel de mimbre.
Evitaste ser débil a costa de dejar de ser profunda.
El mundo hizo que las camisas fueran tu día
y tu interior solo saliese en pistas bien escondidas.

Amar fue tu mentira que todos esconden,
a una persona dura, no se le escapan los te quiero,
ni piensa en sueños cuando se calienta la cama.
Transformaste tus músculos en maquinas del sexo,
prometiste, a tus ojos, desear solo polos y náuticos,
nunca desear el horizonte.

Pero la vida que te propusiste necesita de ciencia,
de esa exactitud esbelta y griega,
que solo puede vivir si existe la certeza
de que la simpleza es tu mejor compañera.
La libertad se convirtió en aquello que solo pasa
cuando se rompe tu corsé anti-daños.

Pero tu corazón también late mientras muere
y sangra por las calles de las ciudades solteras.
Porque no hay mente más fuerte
que el amor a raudales,
porque no está permitido huir de la verdad.

Así dejaste señales en los atardeceres.
Un beso en vez de un polvo de buenas noches,
un hasta mañana en vez de un hasta siempre,
un te odio convertido en te quiero
para unos oídos valientes.

Intentaste poner freno a tu fuga latente
castigándote a sexo,
cada vez que tus tacones te pedían cariño,
estrellándote cuando la vida te pedía volar
muriendo de no verte, si el mundo te hacía sentir.
Decidiendo olvidar por todo el que te quería recordar.

Lo que no sabes es que subestimas a tu sangre.
Crees que tu crimen perfecto
cerró con tu no muerte.
Piensas que no queda rastro de tus miradas,
no te das cuenta que todo en la vida deja pistas.
Lo único que necesitas es querer encontrarlas,
querer descifrar, ante miradas verdaderas,
el secreto de sus ojos.

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