miércoles, 26 de marzo de 2014

ESTA BELLA HIPOCRESÍA

Hoy el telediario no cierra, hoy hay exequias.
Un hombre al que todos habían matado, acaba de morir
y sus verdugos hacen que lloran con traje y corbata negra.
Hoy es una fiesta nacional, en esta bella hipocresía.

Hay una cola de pueblo que cubre 5 kilómetros y medio,
para entrar en aquel lugar donde está prohibido hacerlo
desde que unos cuantos asesinos decidieron que un papel 
les daba derecho a quedarse ahí solo por haberse inventado todo.
Hay una cola para despedir a ese hombre que luchó
por la gente que está fuera, mientras los de dentro, 
lo asesinaban por la espalda, en el lugar donde le rinden homenaje.

Tres calles más abajo hay adoquines arrancados de una noche
en la que la dignidad se palpó en mil pasos, 
una noche en la que unos perros vestidos de negro grisáceo caían
por hacer demasiado caso al amo de sus correas.
Una noche que empezaba con un coro de libertad 
apaleado por no querer aceptar que aquel hombre que agonizaba
se había equivocado, al decir que la democracia era de todos.

En las afueras de esa ciudad que nunca duerme,
por mucho que intenten dejarla en coma permanente,
un grupo de vecinos son tratados como terroristas,
por defender que una casa es algo más que un bien material,
por interponerse entre el hogar de un hombre y las fuerzas del capital.

Mientras todo esto ocurre, en el edificio acicalado para ser cementerio
las fuerzas muertas de un país que adolece de funerales 
esperan a que cada uno de sus contribuyentes pasen por delante
para terminar de meter la última puñalada final al muerto,
en escenificación de un "Requiem por un presidente español". 
Con lagrimas de cocodrilo esperan como cerdos 
al puchero de millones que de él se rifarán.
Por qué no empezar por 1 millón en caliente
para poner, al puerto por el que se exilian las mentes del futuro,
el nombre del difunto que se dejó su cabeza 
para que los buenos cerebros se pudieran quedar 
en un país sin frente.

Y lo peor es que la ciudad aun sigue contaminando, 
esperando el ahogamiento de una nación que se muere de amor
partiendo a gritos las raíces de un árbol que nunca dejaron crecer.
Lo peor es que aquel al que lloran los enemigos en un templo secuestrado
hubiera muerto de necesidad al ver que el pueblo es asesinado de avaricia.
Nadie hubiera imaginado que la hipocresía pudiese ser tan bella.


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